LA GRAN PELOTA DORADA
Esta es la historia de Rámon, sí, con acento
en la “a” en honor a sus ancestros:
.
Rámon es un
escarabajo pelotero y su trabajo es sencillo, aunque un poco desagradable:
Recolectar popó de otros animales, amasarla en forma de pelota y llevarla
rodando a un lugar seguro. Aunque suene un poco desagradable para nuestra
mente, a él le encanta hacerlo… pero su motivo es especial…
Normalmente todos
los escarabajos peloteros utilizan las pelotas para depositar sus huevos y poder
dar a luz escarabajos bebés. Pero Rámon es un escarabajo diferente, con ganas
de hacer más. Su meta en la vida era formar la pelota más grande jamás vista:
otra gran pelota dorada…
Todo comenzó
cuando él era pequeño: En la vida de un escarabajo pelotero la niñez no es algo
muy grato, pues viven encerrados en sus pelotas de popó, comiendo los
nutrientes de ella hasta alcanzar la edad adulta. Cuando salió y conoció a su
madre, se sorprendió demasiado, pues en el nido a su alrededor ella había
creado un ambiente perfecto rodeado de hierbas, lodo y charcos. Rámon, admirado
por su nuevo entorno, le preguntó a su madre cómo había logrado todo eso en
medio de un ambiente tan caluroso y lleno de arena.
- ¿Ves esa gran
pelota dorada ahí arriba? – Dijo desplegando las alas, apuntando hacia el cielo
- Todo fue gracias a ella y al calor que
le dio a la pelota donde naciste tú y los nutrientes que suelta sobre esta
tierra casi infértil - Dijo orgullosa -. Lo que yo hice fue realmente poco, al
final todo fue gracias a la inigualable gran pelota dorada.
- ¿Inigualable? -
preguntó Rámon, curioso.
- Así es - confirmó su madre – Cuenta la leyenda que
muchos escarabajos, a lo largo de muchos años, han intentado crear otra y dicen
que solo uno más lo logró, pero no con tanto éxito como el primero, formando
una pelota blanca que a veces nos visita por las noches, alumbrando con luz
blanca y fresca. – Rámon sonrió emocionado - En algún momento la vas a ver.
Pero bueno, eso fue hace mucho tiempo. Ahora los tiempos han cambiado y nadie
está interesado en hacer otra pelota así, nos conformamos con hacer aquella que
nos permita seguir viviendo como especie.
- ¿Crees que yo pueda
hacer una así de grande y brillante? – Preguntó Rámon, muy motivado.
- Puedes intentarlo –
Contestó su madre sonriendo.
- ¡Lo haré, haré mi
mejor esfuerzo y te sentirás muy orgullosa de mí!
- Ya lo estoy hijo
- ¡Pues aún más!
Poco después de este momento, una
noche, mientras admiraban la tenue luz de la gran pelota blanca cubriendo una
pirámide al horizonte, una rata salió de la nada y los atacó por sorpresa,
comiéndose repentinamente a su madre. Rámon, escondido, se sintió mal y
frustrado, pues de no caer la noche quizás hubieran visto esa rata y su madre
no hubiera muerto. Comprometiéndose así por completo a que era su deber crear
otra pelota dorada para remplazar la blanca y evitar que más escarabajos
pierdan a sus madres.
A partir de ese
momento la pelota dorada se volvió su obsesión, no paraba de hacer preguntas y
técnicas de amasado a los escarabajos más viejos para poder lograrlo.
Desafortunadamente nadie más compartía esa obsesión con él, al grado que los
demás escarabajos lo rechazaban, burlándose de él diciéndole que jamás lo
lograría; sintiéndose solo, pero, en el fondo, motivado a mostrar que se
equivocaban.
Por lo que, decidido a cumplir su meta, los
abandonó.
Empezó a
practicar con una pequeña bola que apenas le cabía en una pata. Suspiró
sabiendo que la tarea sería muy difícil, pero él estaba determinado. Se
concentró y tomó energía observando el brillo de la pelota dorada sobre él –
ahora somos tú y yo – dijo retando a la pelota dorada.
Un día, mientras
empujaba su pelota sobre la arena, olió un camello a la distancia. Cuando llegó
a él encontró lo que buscaba: Una popó grande y fresca. Inspirado, se frotó las
patas, agarró un muy buen trozo y comenzó a amasar; mientras el camello,
masticando lentamente, le veía curioso.
Y así, Rámon recorrió
un largo camino conociendo varios animales como el camello que, al saber su
meta, cooperaron gustosos a su causa, deseándole suerte en su camino aunque sin
lograr entender del todo como lograría tal hazaña sólo con popó.
Él se sentía muy contento y orgulloso de sí
mismo. No tardó mucho tiempo en hacer una pelota del doble de su tamaño. Aunque
sabía que no era suficiente y el proceso tardaría, él era feliz.
Cada noche de luz blanca él recordaba
a su madre, prometiéndole que muy pronto lo lograría.
Conforme pasaba el
tiempo la pelota se hacía más y más grande, y con ello empezaron los problemas:
poco a poco empezaba a secarse y se le caían pedazos que no podía volver a pegar
y terminaban quedándose ahí: en el suelo y sin remedio. Rámon algo frustrado
pero resignado a que era parte de su labor, no se dio por vencido y siguió su camino
sin importarle cuantas veces más tuviera que volver a recolectar popó fresca
para reparar su pelota.
Un día la pelota se
quedó atorada con una piedra, a Rámon le faltaban fuerzas para poder empujarla
y no había nada ni nadie a su alrededor que pudiera ayudarle. No le quedó de
otra, se tomó unos días para hacer
ejercicio y así ser más fuerte. Cuando se sintió satisfecho intentó moverla
pero no pudo. Un pequeño jerbo que pasaba por ahí se acercó curioso y, luego de
escuchar al pequeño escarabajo tratando de empujar la pelota, se puso a un
costado de ella y, con una fuerte patada, la empujó. Pero lo hizo tan fuerte
que salió rodando a toda velocidad cuesta abajo, cayendo dentro de un río. No
podían creer lo que acababa de suceder, de pronto hubo un silencio muy incómodo:
Todo su esfuerzo comenzaba a deshacerse en el agua hasta no quedar nada de la
pelota.
El Jerbo huyó muy
apenado dando pequeños brincos, dejando solo a Rámon.
Él, impotente, se soltó a llorar
hasta que la luz blanca y el cansancio lo silenciaron.
Al asomarse los
primeros rayos de la pelota dorada, un grupo de animales que pasaba por ahí
escucharon su sollozo y se acercaron curiosos a él, que seguía durmiendo.
Rámon despertó
asustado y, luego de incorporarse, les contó entre suspiros su historia hasta
ese momento. Les conmovió tanto que sin dudarlo, mirándose entre ellos y sin
decir nada, llegaron a la solución del problema. Solo le dijeron que no se
preocupara, justo venían de darse un festín y que muy pronto podrían ayudarle. Rámon,
confundido y aún molesto con él mismo no dijo nada, dio media vuelta y caminó
con nostalgia al borde del río.
Luego de un rato
uno de los correcaminos se acercó muy emocionado a Rámon gritándole que le
siguiera y que preparara sus patas para lo que viene. La sonrisa y alegría del correcaminos,
de alguna forma, le levantó el ánimo, quien corrió tras él a toda prisa hasta
llegar, muy cansado, con el resto de los animales que lo esperaban formando un
círculo alrededor de una gran montaña de popó:
Cada quien puso un
poco de su parte para poder rehacer la pelota: Las gacelas le llevaron un poco,
los correcaminos mucho pero en cantidades pequeñas. Los dingos no le llevaron
nada, pero le dieron un buen discurso que le motivó y reanimó. Los que más
cooperaron fue una pareja de avestruces, que llevaron una cantidad enorme,
tanto que, al final, cuando Rámon terminó de moldear la nueva pelota, tenía el
doble del tamaño que la que perdió. Le agradeció mucho a todos, en especial a las
avestruces, quienes apenadas aceptaron apenadas el agradecimiento.
Y así Rámon, luego
de despedirse de sus nuevos amigos y con la esperanza renovada, siguió su
camino. Aunque la pelota se secaba de nuevo de vez en cuando y los pedazos
caían al suelo a cada rato, él estaba decidido a seguir sin importar lo que
pasara.
Poco a poco la
pelota se volvió cada vez más y más grande, tanto que los otros insectos que lo
veían pasar lo miraban con el pico abierto y llenos de asombro. Rámon también
se volvió muy fuerte sin darse cuenta, se sentía muy orgulloso de sí mismo y
sabía con certeza que algún día lograría cumplir la promesa a su madre.
Así pasaron
muchos días y noches. Ahora la pelota era enorme, casi del tamaño de un coyote.
Desgraciadamente el tiempo ya le afectaba a Rámon, que envejecía y se
debilitaba poco a poco. Cada vez le costaba más trabajo mover su pelota y,
terco, no dejaba que nadie le ayudara... Se dio cuenta que quizás no lo
lograría, pero no se dio por vencido en ningún momento: amasó y empujó hasta que
no pudo más y, cubierto por última vez en la luz blanca de la noche, murió sin
remedio a un costado de su gran pelota.
La noticia de su
muerte se esparció rápido entre todos los animales e insectos, quienes se
reunieron ante él para rendir tributo, dedicándole cada uno unas palabras de agradecimiento.
Siendo el camello quien inició el discurso:
- Hemos dejado
nuestras diferencias a un lado por un momento y estamos aquí reunidos para
rendir homenaje al pequeño gran amigo: Rámon, el escarabajo. Quien, desde muy
joven y muy decidido, quiso formar una pelota tan grande como la dorada allá
arriba - señaló con el hocico sin dejar de masticar -. Desgraciadamente no lo
ha logrado, pero todos sabemos que su intento no fue en vano, ya que, además de
darnos una gran lección de vida: La determinación nos hace fuertes y puede
lograr cosas grandes aunque seamos muy pequeñitos; yo en lo particular quiero
agradecerle que, por donde él pasó, perdió pedazos de la pelota y se frustró
hasta llorar, creció una muy buena cantidad de hierba que ha alimentado a la
manada desde entonces...
- Lo mismo le
agradezco yo - intervino el dingo - por cada lugar donde pasó creció algo.
Incluso sin haber podido ayudarlo, dejó algo para mí, todas mis crías y la
manada.
- Crecieron más
y, aunque no tan jugosas, muy deliciosas bayas – Dijeron las avestruces.
- El rio también creció
bastante luego de que su primera pelota cayera en él - Sonrieron las
gacelas.
- Palmeras que
nos dan sombra - Dijeron los coyotes
Así todos
y cada uno de los animales le agradecieron por haber pasado por sus vidas pues,
sin darse cuenta, había ayudado a fertilizar la tierra por donde perdió pedazos
de su pelota y a nutrir el rio donde lloró desconsolado creyendo que había
fracasado. Nunca lo supo: ahora esa tierra árida que antes era un desierto es
un pequeño oasis lleno de palmeras, hierba y bayas que mantiene vivos y felices
a quienes viven ahí, donde Rámon es recordado por su pequeña gran hazaña y, a
pesar de no haber logrado su sueño de formar otra gran pelota dorada, se
convirtió en la leyenda que le prometió a su madre.
FIN
NOTA: La autoría de esta historia y todas las que
se publican en este blog pertenecen al escritor "Amorosa" o
"Antonio Orosa". Cualquier reproducción parcial o total de las obras aquí expuestas sin permiso del autor están completamente prohibidas por leyes y
derechos de copyright,
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