domingo, 19 de mayo de 2019

Fabulas y cuentos de media noche #9: Es solo un mono.



Es solo un mono

Hasta hace poco menos de 6 años solía llevar siempre conmigo y a la vista, puesto cómodamente dentro de uno de los bolsillos laterales de mi mochila, un pequeño perro de peluche sin nombre.
La gente me veía y se burlaba preguntándome por qué lo llevaba, diciendo que se veía ridículo que un hombre de mi edad llevara consigo un peluche.

Nunca hice caso a los comentarios, dejé que se burlaran. Tampoco me nació dar explicaciones, mucho menos contar la historia detrás de ello, hasta hoy:


En 2007 fuertes lluvias e inundaciones afectaron la zona sur del país. En aquel entonces yo formaba parte del ejército y mandaron todas las manos posibles a ayudar a la gente y a recoger escombros. Y así terminé arriba de un camión, junto muchos otros compañeros, en camino a la zona de desastre.

Al llegar no podía creerlo, parecía peor que una escena de una película post-apocalíptica: Caos por todos lados, lluvia incesante, gente corriendo y gritando, buscando entre los escombros, llorando y peleando y, en medio de todo, soldados en fila desesperados tratando de controlar la situación. ¿Qué le dices a una persona ha perdido todo para tranquilizarla? Nadie está entrenado para eso.

En los albergues el ambiente no era menos tenso: Familias turnándose haciendo guardia para cuidar sus pertenencias, niños llorando de hambre, adultos llorando de coraje, señoras desesperadas mostrando fotografías maltratadas preguntando por sus hijos, algunas llorando desconsoladas al enterarse que sus hijos han muerto, gente ignorándolas por completo y uno que otro solitario despreocupado…

Cambiar de la noche a la mañana de un lugar tranquilo, donde uno lo tiene todo sin darse cuenta a un lugar donde no queda nada, no deja de llover y ver a tanta gente sufrir son cosas que dejan huella profunda.
Determinado a ayudar y sin querer sufrir el caos en los albergues opté por ayudar en campo. La mayoría del trabajo era recoger escombros, pero como era de esperarse, no solo había escombros enterrados en el lodo. Fueron muchos, en “el mejor de los casos” (si es que así se le puede llamar) los cadáveres que teníamos que subir a las camionetas esperando ser reconocidos por sus familias. En el “peor de los casos” solo encontrábamos una que otra extremidad podrida. Cuando esto sucedía tocábamos un silbato que llevábamos colgados en el cuello, junto con nuestra placa, para llamar a los compañeros alrededor para dar auxilio.
El cansancio era mucho y el descanso poco. “¡Todo es mental, no se agüiten!”, nos repetían los comandantes una y otra vez para no desmoralizarnos…


Ya en escenario, la historia del perro de peluche:

El sol del segundo día comenzaba a caer junto con la lluvia, la moral y esperanza. Pude ver a la distancia una pequeña silueta en posición fetal casi cubierta por el lodo y basura. Mi adrenalina se disparó y corrí hacia ella: Era un niño de unos 8 años. Pité el silbato lo más fuerte que pude mientras revisaba su pulso: ¡Estaba vivo! Quité el lodo y la basura a su alrededor mientras seguía pitando, desesperado, para que llegara la asistencia médica. Pasaron segundos que se sintieron como horas hasta que llegaron a revisarlo. Al cargarlo con muchísimo cuidado algo cayó al lodo: “es solo un mono”, dijo un compañero. Le pusieron una mascarilla de oxígeno y lo llevaron a la unidad más cercana para llevarlo al hospital.

                                                                                                                            …“Es solo un mono”…

Esas palabras me hicieron eco en ese momento: Lo levante y limpié un poco con mis manos y caí de rodillas llorando al piso: “Él se aferró a este peluche, no fui yo quien le salvó la vida, fue este peluche”... De nuevo pasaron esos segundos que parecen horas hasta que llego un compañero a levantarme. Era la primera vez que encontraba a alguien vivo. Me compuse como pude y guardé el peluche en uno de los bolsillos laterales de mi pantalón prometiéndome que le regresaría su peluche, ese al que aferró su vida, a ese pequeño.

Desgraciadamente no pude darme la tarea de recorrer hospitales y nadie supo darme información sobre ese pequeño, por lo que tuve que aceptar que no lo vería de nuevo, sin embargo decidí llevarlo conmigo todo el tiempo, por si acaso.

Obviamente no lo volví a ver. Solo espero que ese pequeño se haya recuperado y que hoy, 12 años después, sea un buen hombre.

Desde entonces ese peluche se volvió mi amuleto, mi protección a todo lado al que iba. Y es por eso que lo cargaba a todos lados hasta hace poco menos de 6 años, que nació mi hijo y ahora ese peluche lo protege a él.


NOTA: La autoría de esta historia y todas las que se publican en este blog pertenecen al escritor "Amorosa" o "Antonio Orosa". Cualquier reproducción parcial o total de las obras aquí expuestas sin permiso del autor están completamente prohibidas por leyes y derechos de copyright. 

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