sábado, 18 de agosto de 2018

Cuento largo: Pulgas prietas, capitulo 1: "¡No me dejes!"

Capitulo 1: ¡No me dejes!


La puerta del carro se cerró con un fuerte golpe, el motor se encendió y el automóvil arrancó a toda velocidad mientras la lluvia caía.
       - ¡Alto por favor! ¡Perdóname! – Gritaba el perro mientras corría desesperado tratando de alcanzar el auto, sin embargo, no le hicieron caso porque el humano solo escuchaba ladridos - ¡Por favor no me dejes aquí! – suplicó.
      Cuando vio que la distancia aumentaba se dio por vencido y se sentó jadeando, viendo como el carro lentamente desaparecía en el horizonte. 
Confundido y triste caminó entre la multitud de gente para protegerse del agua y agachó la cabeza: Sus orejas rozaban levemente el suelo mientras la gente pasaba a su alrededor sin siquiera notar su presencia, sin saber lo que acababa de suceder: Había sido abandonado...
      Situaciones como esta suceden todos los días, esta es una más.
      Su nombre es Ernesto, ya es un perro viejo. Sin embargo, siempre ha sido un perro de casa y le habían tratado de la mejor manera posible y alimentado con los mejores manjares que cualquier perro pudiera desear.
      Su dueño era una persona solitaria: Un jugador de baseball retirado, cuyos hijos, para compensar su ausencia y para que tuviera compañía le regalaron un cachorro: Fue en una fiesta de cumpleaños cuando uno de ellos, luego de cantar y partir el pastel, saco una pequeña caja llena de agujeros. Al abrirla saltó feliz un pequeño cachorro en forma de salchicha a los brazos de su nuevo dueño - ¡Se parece al tío Ernesto! - comentó bromeando uno de los jóvenes hijos y desde entonces ese es su nombre.
      Todas las mañanas salían a caminar, jugaban mucho y eran felices juntos. Desgraciadamente los años pasaron, la edad fue aumentando y los ánimos disminuyendo. Los paseos eran menos frecuentes y cada vez más cortos, hasta que no hubo más.
      A pesar que ya era un perro adulto, la energía y las ganas de jugar eran las mismas de siempre. Habían pasado cinco años cuando de repente la salud de su dueño fue empeorando, ya no caminaba, estaba en una silla de ruedas. Su humor también cambió: se volvió muy enojón y, a veces, la energía y las ganas de jugar de Ernesto le molestaban, incluso llegó a golpearlo más de una ocasión y, aunque se arrepentía después, Ernesto le empezó a temer.
      Cinco años más pasaron, ahora el beisbolista no se paraba de su cama. Una señora vestida de blanco se mudó con ellos y le ayudaba en todo. Esta señora odiaba a Ernesto sin ninguna razón: no lo dejaba moverse del rincón y si hacía algo que no le gustase lo castigaba y no le daba de comer.
      Un día, Ernesto iba caminando por la casa y escuchó la voz de su dueño de muy buen humor, riéndose mucho. Creyó que era buen momento para jugar, así que entró corriendo al cuarto haciendo mucho ruido y saltó a la cama. 
La felicidad no le duró mucho tiempo. La señora de blanco lo agarró por la piel de la nuca y lo aventó fuera de la habitación, azotando la puerta detrás de él. 
      Ernesto regresó triste a su rincón, tomó un poco de agua y, llorando, se acostó hasta que se quedó dormido...
Después de un tiempo la voz de la mujer de blanco lo despertó:
      - Vamos a dar un paseo Ernesto – Dijo.
      - ¡Ha pasado tanto tiempo! – pensó levantándose y moviendo la cola muy feliz - ¡Por fin daré un paseo! Esta mujer no es tan mala después de todo.
      Muy contento se dejó poner la correa y muy obediente hizo caso a la mujer que le pedía paciencia.
      Salieron de la casa y Ernesto comenzó a dar el recorrido habitual caminando rumbo a el parque, pero la mujer de blanco tiró de la correa, impidiendo que él siguiera caminando. Lo jaló hasta un carro viejo, abrió la puerta, lo cargó y metió en el asiento trasero. 
      - ¡Genial! ¡Un paseo en auto! ¡Me encanta! – Pensó Ernesto, quien esperaba con ansia a que abrieran la ventana para poder asomar la cabeza.
      Pero eso no sucedió: recorrieron un largo camino, Ernesto miraba a través del cristal de la ventana de vez en cuando, golpeando con el hocico, confundido y un poco decepcionado. Después de un largo rato de camino y silencio, el auto se detuvo. 
La mujer bajó y abrió la puerta trasera.  
      - ¡Bájate! – Dijo gritándole a Ernesto mientras tiraba de la correa.
      - ¿Qué está pasando, dónde estamos? – Pensaba Ernesto mientras bajaba del auto y caminaba por la banqueta.
      Se detuvieron, él se sentó, movió la cola entusiasmado y alzó la mirada hacia la mujer de blanco. Ella lo miró y se agachó, mirándolo directo a los ojos con mucho enojo.
      Sin decir nada la mujer le quitó la correa y el collar, observó la pequeña placa con su nombre y los datos de su casa en ella, sonrió y la aventó hacia una coladera. Ernesto la siguió con la mirada y se paró para correr tras ella, pero la mujer de blanco lo detuvo y él vio caer lentamente la placa entre la rendija.
      - ¡Adiós, perro malo! – Dijo la mujer de blanco mientras se levantaba y caminaba al auto aprovechando que Ernesto tenía la mirada perdida en la coladera.
      Ernesto reaccionó con el golpe de la puerta al cerrarse, el resto ya lo sabemos.
... Mientras tanto, dentro de la coladera, el sonido del metal al caer y el reflejo de la luz de la placa de Ernesto llamó la atención de alguien...

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