sábado, 3 de junio de 2017

Fábulas y cuentos de media noche #2: La gran pelota dorada


LA GRAN PELOTA DORADA


       Esta es la historia de Rámon, sí, con acento en la “a” en honor a sus ancestros:

     Rámon es un escarabajo pelotero y su trabajo es sencillo, aunque un poco desagradable: Recolectar popó de otros animales, amasarla en forma de pelota y llevarla rodando a un lugar seguro. Aunque suene un poco desagradable para nuestra mente, a él le encanta hacerlo… pero su motivo es especial…

     Normalmente todos los escarabajos peloteros utilizan las pelotas para depositar sus huevos y poder dar a luz escarabajos bebés. Pero Rámon es un escarabajo diferente, con ganas de hacer más. Su meta en la vida era formar la pelota más grande jamás vista: otra gran pelota dorada… 




      Todo comenzó cuando él era pequeño: En la vida de un escarabajo pelotero la niñez no es algo muy grato, pues viven encerrados en sus pelotas de popó, comiendo los nutrientes de ella hasta alcanzar la edad adulta. Cuando salió y conoció a su madre, se sorprendió demasiado, pues en el nido a su alrededor ella había creado un ambiente perfecto rodeado de hierbas, lodo y charcos. Rámon, admirado por su nuevo entorno, le preguntó a su madre cómo había logrado todo eso en medio de un ambiente tan caluroso y lleno de arena.

- ¿Ves esa gran pelota dorada ahí arriba? – Dijo desplegando las alas, apuntando hacia el cielo -  Todo fue gracias a ella y al calor que le dio a la pelota donde naciste tú y los nutrientes que suelta sobre esta tierra casi infértil - Dijo orgullosa -. Lo que yo hice fue realmente poco, al final todo fue gracias a la inigualable gran pelota dorada.

- ¿Inigualable? - preguntó Rámon, curioso.

            - Así es - confirmó su madre – Cuenta la leyenda que muchos escarabajos, a lo largo de muchos años, han intentado crear otra y dicen que solo uno más lo logró, pero no con tanto éxito como el primero, formando una pelota blanca que a veces nos visita por las noches, alumbrando con luz blanca y fresca. – Rámon sonrió emocionado - En algún momento la vas a ver. Pero bueno, eso fue hace mucho tiempo. Ahora los tiempos han cambiado y nadie está interesado en hacer otra pelota así, nos conformamos con hacer aquella que nos permita seguir viviendo como especie.

-  ¿Crees que yo pueda hacer una así de grande y brillante? – Preguntó Rámon, muy motivado.
-  Puedes intentarlo – Contestó su madre sonriendo.
-  ¡Lo haré, haré mi mejor esfuerzo y te sentirás muy orgullosa de mí!
-  Ya lo estoy hijo
-  ¡Pues aún más!

Poco después de este momento, una noche, mientras admiraban la tenue luz de la gran pelota blanca cubriendo una pirámide al horizonte, una rata salió de la nada y los atacó por sorpresa, comiéndose repentinamente a su madre. Rámon, escondido, se sintió mal y frustrado, pues de no caer la noche quizás hubieran visto esa rata y su madre no hubiera muerto. Comprometiéndose así por completo a que era su deber crear otra pelota dorada para remplazar la blanca y evitar que más escarabajos pierdan a sus madres.

      A partir de ese momento la pelota dorada se volvió su obsesión, no paraba de hacer preguntas y técnicas de amasado a los escarabajos más viejos para poder lograrlo. Desafortunadamente nadie más compartía esa obsesión con él, al grado que los demás escarabajos lo rechazaban, burlándose de él diciéndole que jamás lo lograría; sintiéndose solo, pero, en el fondo, motivado a mostrar que se equivocaban.

Por lo que, decidido a cumplir su meta, los abandonó.


      Empezó a practicar con una pequeña bola que apenas le cabía en una pata. Suspiró sabiendo que la tarea sería muy difícil, pero él estaba determinado. Se concentró y tomó energía observando el brillo de la pelota dorada sobre él – ahora somos tú y yo – dijo retando a la pelota dorada.



Un día, mientras empujaba su pelota sobre la arena, olió un camello a la distancia. Cuando llegó a él encontró lo que buscaba: Una popó grande y fresca. Inspirado, se frotó las patas, agarró un muy buen trozo y comenzó a amasar; mientras el camello, masticando lentamente, le veía curioso.

Y así, Rámon recorrió un largo camino conociendo varios animales como el camello que, al saber su meta, cooperaron gustosos a su causa, deseándole suerte en su camino aunque sin lograr entender del todo como lograría tal hazaña sólo con popó.

 Él se sentía muy contento y orgulloso de sí mismo. No tardó mucho tiempo en hacer una pelota del doble de su tamaño. Aunque sabía que no era suficiente y el proceso tardaría, él era feliz.

Cada noche de luz blanca él recordaba a su madre, prometiéndole que muy pronto lo lograría.

Conforme pasaba el tiempo la pelota se hacía más y más grande, y con ello empezaron los problemas: poco a poco empezaba a secarse y se le caían pedazos que no podía volver a pegar y terminaban quedándose ahí: en el suelo y sin remedio. Rámon algo frustrado pero resignado a que era parte de su labor, no se dio por vencido y siguió su camino sin importarle cuantas veces más tuviera que volver a recolectar popó fresca para reparar su pelota.



Un día la pelota se quedó atorada con una piedra, a Rámon le faltaban fuerzas para poder empujarla y no había nada ni nadie a su alrededor que pudiera ayudarle. No le quedó de otra, se  tomó unos días para hacer ejercicio y así ser más fuerte. Cuando se sintió satisfecho intentó moverla pero no pudo. Un pequeño jerbo que pasaba por ahí se acercó curioso y, luego de escuchar al pequeño escarabajo tratando de empujar la pelota, se puso a un costado de ella y, con una fuerte patada, la empujó. Pero lo hizo tan fuerte que salió rodando a toda velocidad cuesta abajo, cayendo dentro de un río. No podían creer lo que acababa de suceder, de pronto hubo un silencio muy incómodo: Todo su esfuerzo comenzaba a deshacerse en el agua hasta no quedar nada de la pelota.

El Jerbo huyó muy apenado dando pequeños brincos, dejando solo a Rámon.

Él, impotente, se soltó a llorar hasta que la luz blanca y el cansancio lo silenciaron.

Al asomarse los primeros rayos de la pelota dorada, un grupo de animales que pasaba por ahí escucharon su sollozo y se acercaron curiosos a él, que seguía durmiendo.
Rámon despertó asustado y, luego de incorporarse, les contó entre suspiros su historia hasta ese momento. Les conmovió tanto que sin dudarlo, mirándose entre ellos y sin decir nada, llegaron a la solución del problema. Solo le dijeron que no se preocupara, justo venían de darse un festín y que muy pronto podrían ayudarle. Rámon, confundido y aún molesto con él mismo no dijo nada, dio media vuelta y caminó con nostalgia al borde del río.

Luego de un rato uno de los correcaminos se acercó muy emocionado a Rámon gritándole que le siguiera y que preparara sus patas para lo que viene. La sonrisa y alegría del correcaminos, de alguna forma, le levantó el ánimo, quien corrió tras él a toda prisa hasta llegar, muy cansado, con el resto de los animales que lo esperaban formando un círculo alrededor de una gran montaña de popó:

Cada quien puso un poco de su parte para poder rehacer la pelota: Las gacelas le llevaron un poco, los correcaminos mucho pero en cantidades pequeñas. Los dingos no le llevaron nada, pero le dieron un buen discurso que le motivó y reanimó. Los que más cooperaron fue una pareja de avestruces, que llevaron una cantidad enorme, tanto que, al final, cuando Rámon terminó de moldear la nueva pelota, tenía el doble del tamaño que la que perdió. Le agradeció mucho a todos, en especial a las avestruces, quienes apenadas aceptaron apenadas el agradecimiento.

Y así Rámon, luego de despedirse de sus nuevos amigos y con la esperanza renovada, siguió su camino. Aunque la pelota se secaba de nuevo de vez en cuando y los pedazos caían al suelo a cada rato, él estaba decidido a seguir sin importar lo que pasara.

     Poco a poco la pelota se volvió cada vez más y más grande, tanto que los otros insectos que lo veían pasar lo miraban con el pico abierto y llenos de asombro. Rámon también se volvió muy fuerte sin darse cuenta, se sentía muy orgulloso de sí mismo y sabía con certeza que algún día lograría cumplir la promesa a su madre.




     Así pasaron muchos días y noches. Ahora la pelota era enorme, casi del tamaño de un coyote. Desgraciadamente el tiempo ya le afectaba a Rámon, que envejecía y se debilitaba poco a poco. Cada vez le costaba más trabajo mover su pelota y, terco, no dejaba que nadie le ayudara... Se dio cuenta que quizás no lo lograría, pero no se dio por vencido en ningún momento: amasó y empujó hasta que no pudo más y, cubierto por última vez en la luz blanca de la noche, murió sin remedio a un costado de su gran pelota.

     


La noticia de su muerte se esparció rápido entre todos los animales e insectos, quienes se reunieron ante él para rendir tributo, dedicándole cada uno unas palabras de agradecimiento. Siendo el camello quien inició el discurso:

     - Hemos dejado nuestras diferencias a un lado por un momento y estamos aquí reunidos para rendir homenaje al pequeño gran amigo: Rámon, el escarabajo. Quien, desde muy joven y muy decidido, quiso formar una pelota tan grande como la dorada allá arriba - señaló con el hocico sin dejar de masticar -. Desgraciadamente no lo ha logrado, pero todos sabemos que su intento no fue en vano, ya que, además de darnos una gran lección de vida: La determinación nos hace fuertes y puede lograr cosas grandes aunque seamos muy pequeñitos; yo en lo particular quiero agradecerle que, por donde él pasó, perdió pedazos de la pelota y se frustró hasta llorar, creció una muy buena cantidad de hierba que ha alimentado a la manada desde entonces...

     - Lo mismo le agradezco yo - intervino el dingo - por cada lugar donde pasó creció algo. Incluso sin haber podido ayudarlo, dejó algo para mí, todas mis crías y la manada.
     - Crecieron más y, aunque no tan jugosas, muy deliciosas bayas – Dijeron las avestruces.
    - El rio también creció bastante luego de que su primera pelota cayera en él -  Sonrieron las gacelas.
     - Palmeras que nos dan sombra - Dijeron los coyotes
 


Así todos y cada uno de los animales le agradecieron por haber pasado por sus vidas pues, sin darse cuenta, había ayudado a fertilizar la tierra por donde perdió pedazos de su pelota y a nutrir el rio donde lloró desconsolado creyendo que había fracasado. Nunca lo supo: ahora esa tierra árida que antes era un desierto es un pequeño oasis lleno de palmeras, hierba y bayas que mantiene vivos y felices a quienes viven ahí, donde Rámon es recordado por su pequeña gran hazaña y, a pesar de no haber logrado su sueño de formar otra gran pelota dorada, se convirtió en la leyenda que le prometió a su madre.

FIN
.


NOTA: La autoría de esta historia y todas las que se publican en este blog pertenecen al escritor "Amorosa" o "Antonio Orosa". Cualquier reproducción parcial o total de las obras aquí expuestas sin permiso del autor están completamente prohibidas por leyes y derechos de copyright,

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